Hasta hace poco las catástrofes ambientales se concentraban en los países del “tercer mundo”, pero, qué le vamos a hacer, el mundo es uno y está conectado de formas tan misteriosas, que resultan más fáciles de entender para la sensibilidad de un chamán, que para muchos de nuestros científicos, más obtusos mientras más de punta son sus investigaciones y más agudos los campos de su saber super especializado; de modo que los desastres ya llegaron a las naciones ricas del primero: esta semana ocho feroces incendios se desataron simultáneamente en Francia. Desplazaron cientos de habitantes y arrasaron miles de hectáreas. En ciertas zonas la sequía es tan intensa que de los ríos no quedaron sino sus lechos convertidos en una suerte de caminos sin caminantes, mezcla de arena, piedras y espinas de peces. La canícula no da tregua, no hay agua, los pueblos son surtidos con carrotanques, el calor abraza. Hasta 45 grados subió el mercurio en ciertos lugares de Europa este verano –de África, ni qué decir–.
Ese es el escenario que esperaban ver dentro de veinte o treinta años…, ¡ya llegó, ya está aquí!
Mientras tanto, en un lejano país de América del Sur, a los advenedizos de un nuevo gobierno de izquierda les ha dado por ponerle impuesto a las bebidas azucaradas, a los “alimentos” ultra procesados y a los productos cárnicos cargados de conservantes. Al tiempo le serán aumentados seriamente los tributos al uno por ciento de la población, que concentra en sus manos el 80% de la riqueza, y de forma moderada al 3% que gana más de diez millones de pesos al mes (aunque cueste creerlo, el 97% de la población colombiana gana menos de esta suma). Sin embargo los medios de comunicación, propiedad de unos pocos grandes grupos económicos, a cuyos propietarios por fin les cobrarán un impuesto equitativo, desinforman y confunden: salen a la calle a preguntarle a los transeúntes, no qué opinan de que les incrementen los impuestos a los ricos, sino “qué sienten de que nos aumenten los impuestos en medio de esta inflación”. ¡Zambomba!. “¡Están gravando la canasta familiar! ¡Qué va a comer el pueblo! !Vayan al ‘fritanga feast’, antes de que les comiencen a cobrar el impuesto por el chicharrón!”, no paran de repetir en radio y televisión. ¡Cáspita!
Planteados estos panoramas tan distantes y distintos, el de la sequía y los incendios en Francia (y ya no solo en España, Grecia y Portugal), el del proyecto de cobrar por primera vez impuestos honestos al puñado de super millonarios de este, nuestro país, y el de gravar la comida chatarra…, pregunto a los y a las lectoras, ¿son ustedes quienes controlan su ciclo vital?
Veamos: los dueños de las plantaciones de caña que en no pocos casos se han apropiado de los baldíos de la nación –tierras deforestadas que según la Constitución deberían ser de los indígenas y los campesinos–, son los dueños de los ingenios en los que procesan el azúcar para sus bebidas…, azucaradas. Al tiempo, algunos de ellos son los dueños de las grandes compañías de comida chatarra (con grasas saturadas, anilinas, conservantes y más azúcares), y de los cultivos de palma (también en baldíos expropiados por paramilitares, en tierras deforestadas), para los aceites y margarinas de todos los productos que generan la obesidad y las enfermedades coronarias, segunda causa de mortalidad en el país… Pero tranquilos: si ustedes se enferman, o se recalientan, ellos también son dueños de las EPSs y de las IPSs que los atenderán, así como de los fondos privados de pensiones. Sólo les falta comprar las funerarias…, ¿o ya las tendrán?
Sé que esto suena a teoría conspirativa, –¡qué horror, los dueños de esto y de aquello son, a la vez, los dueños de casi todo y están casados con los dueños del resto!–, pero así es. Si lo piensan bien, no podría ser de otra manera, es absolutamente lógico; no podría ser diferente si confiamos en los datos: solo 68 familias poseen el poder económico en Colombia, y hasta la semana pasada dominaban completamente el político. Según investigaciones de la London School of Economics y la Universidad Javeriana (“1.282 personas han sido dueñas del poder en Colombia”, Juan David Laverde, El espectador). Si los dueños del país son tan pocos, pues obvio, en sus bolsillos tienen todo, incluidos muchos periodistas -no todos, afortunadamente-. Son los mismos con las mismas, es bien endogámica la cosa, hasta incestuosa. ¡Recórcholis!
En fin, los chamanes parecen tener razón: nuestro mundo no es nuestro ombligo brotado de tanto comer paquetes, es un inmenso conjunto interdependiente y cada uno de nosotros no se debe a sí mismo y al mercado, sino a los demás, a las generaciones que nos precedieron y, sobre todo, a las que vendrán, si es que nos decidimos a actuar ya, si no, nadie más vendrá.
Entonces es cierto, del “crème brûlée” a “la terre brûlée” no hay mucha distancia (o de la leche asada a la tierra arrasada). Y el combustible con el que eso arde, no es tanto el petróleo, sino nosotros los consumidores, que nos consumimos mientras más consumimos…, ¡todos bien “brûlés”!
Mejor escribamos de otro modo este momento y los que vienen, pasemos de la S a la Z: de abrasarnos, con S, en el individualismo del consumo autoerótico, onanista…, a abraZarnos sabroso… con los otros, con nosotros, por mañana.