Potencia de la vida… ¿sin cultura?

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¿Cómo entender que un gobierno que aboga por la vida, al punto de proponerla como ideario para elevar a la condición de potencia a un país que intenta salir, por fin, de una guerra de más de sesenta años…, cómo es posible, repito, que no se haya dado cuenta que no podrá terminar definitivamente el desangre, sin hacer una revolución, un cambio radical en la cultura?   

Porque la cultura, que es lo que nos constituye como especie humana, lo específicamente “humano, demasiado humano” —diríamos con el filósofo—, introduce la muerte, sí, pero paradójicamente es lo único que puede tejerle un borde, trazarle un límite. Introduce el crimen, pero también la ley; el horror y su vecina, la belleza. Por eso mismo tenemos que contar con ella: es el único salva–vidas que tenemos para contener el mal que ella instauró. Como en ciertas formas de cura, el mismo veneno constituye el lenitivo.

Piénsese por ejemplo en la bomba atómica: ¿acaso no es uno de los objetos más sofisticados y más mortíferos de la cultura? Pocas son las llamadas “potencias” que no poseen una. Por eso es revolucionario soñar un país que lo sea, que sea una potencia, pero no por la muerte prometida, aquella que está en capacidad  provocar, sino por la vida que recupera, cuida y lega a las generaciones futuras.  

Para lograr esto no hay otro camino que el de la cultura, que surgió con el pacto, la ley, y, obviamente, con la transgresión. Su origen y medio son el “no matarás” y el “no yacerás con tu madre”, —objeciones al goce ilimitado, imperativo de la contemporaneidad—. Por eso es necesario inscribir la droga en el campo de la legalidad, regularla en lugar de dejarla como un producto por fuera de la ley; así como someter, por la vía del pacto, a los ejércitos que hoy garantizan su circulación y su enorme plus de muerte.

Sin embargo, si bien esto es necesario, no es suficiente para lograr un verdadero cambio. El trabajo de la cultura no pude limitarse a eso, pues la violencia echó profundas raíces en las familias, desde la temprana infancia, en el lazo social que nos constituye. Urge un profundo cambio de paradigma que elimine la discriminación a todos los niveles, comenzando por lo más próximo y cotidiano. Requerimos procesos culturales renovadores que lleguen hasta los barrios y veredas más apartados, poniéndole palabras de verdad a lo que nos pasó, tratando de nombrar lo innombrable, de relatarlo, escribirlo, cantarlo, pintarlo…, buscando apropiarnos de nuestra historia para generar otras realidades: solidarias, participativas, populares, sin exclusiones. Procesos que pongan las artes, las tradiciones, los ritos, la música la poesía, el teatro, la danza, el circo, la ciencia, el deporte y la comunicación al servicio de la construcción de una sociedad que tenga en su centro a la vida, para buscar la paz total, la tramitación de los conflictos sin las armas.

Valiosos proyectos avanzan de manera espontánea con estos objetivos, iniciativas privadas de uno u otro grupo, de una u otra organización, de tal o cual comunidad. Pero se echa de menos el gran proyecto cultural de nación, que los integre y que integre a la niñez y a los jóvenes. Los cambios de los que hablamos no podrán realizarse sin contar con ellos, con artistas y demás trabajadores de la cultura; sin maestras, sin educadores y sin una articulación seria de muchas instituciones y de varios ministerios, en la que el de cultura debería tener un papel central, imposible de lograr mientras siga acéfalo y al margen de todo.

CIPADH

2 comentarios en “<strong>Potencia de la vida… ¿sin cultura?</strong>”

  1. Mario: el mío será un comentario lacerante. Ese cambio cultural no será nunca un hecho meramente institucional, una política desde arriba. Debe hacerse desde abajo. Y tengo sería dudas respecto a que los educadores, los de preescolar, de educación básica, universitarios, quieran ese cambio. En su aspiración de subir, subír, los educadores se han convertido en lo más funcional al sistema, son cotidiana e íntimamente reaccionarios. Luego, las estrategias deberán ser otras a las de pedir el simple cambio de políticas. Cuáles?
    Sinceramente. Alonso

  2. Yazmin Márquez Cante

    Totalmente mente de acuerdo, con este pensamiento , dónde requeriere de procesos culturales renovadores que lleguen hasta los barrios y veredas más apartados, poniéndole palabras de verdad a lo que nos pasó, tratando de nombrar lo innombrable, de relatarlo, escribirlo, cantarlo, pintarlo…, buscando apropiarnos de nuestra historia para generar otras realidades: solidarias, participativas, populares, sin exclusiones.

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