¡Ardemos!

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Ardillas, zarigüeyas, zorros y otros animales atraviesan las vías de la ciudad cerca a los cerros. Buscan refugio ante los incendios. Cruzan despavoridos. Los humanos, en cambio, en gran medida siguen negando que se consumen.

No es sólo el fenómeno del niño, ni el verano, ni haber sembrado pinos y no flora nativa; no es únicamente la deforestación, las economías fósiles, el efecto invernadero… el desastre ambiental.

Es todo eso y mucho más, pues en el fondo sabemos, aunque no lo queramos admitir, que la causa última de esta debacle es esta forma de vida, este sistema de explotación de la naturaleza y de nosotros, esta manera de configurar nuestros lazos sociales sobre la base de explotar sin límite, de arrasar con todo, de consumir y consumirnos hasta la última gota para acabar incluso con nuestra capacidad de soñar un sistema diferente y de proceder en consecuencia. En lugar de esto, hacemos de la depresión nuestro síntoma, encubrimos la angustia e inhibimos el deseo y el acto. Nos aislamos refugiados en nuestras pantallitas o nos aturdimos en la cacofonía del ruido.

Como ya se ha señalado, nos queda más fácil imaginar la extinción del mundo, que el fin de este orden de muerte. Y mientras, somos nosotros, no los pinos, el principal combustible de los incendios: ¡nos consumimos!

A diferencia de las ardillas y de las demás especies, nosotros generamos nuestra propia destrucción, y, por añadidura, gozamos de eso.

No obstante, también tenemos herramientas para dejar de girar compulsivamente en torno a ese círculo de fuego… pero, hay que comenzar por desear, por desearlo.

CIPADH

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